sábado, 26 de febrero de 2011

Miró con anhelo desbordante por la ventana de la cocina,
entregó al viento una nota de auxilio en forma de suspiro furtivo;
giró la cabeza lentamente, solo para estrellarse de frente contra la realidad,
una montaña interminable de platos sucios.
Suspiró una vez más  y puso manos a la obra,
su esposa, la carcelera,
lo enviaría a confinamiento solitario si lo encontraba holgazaneando como tantas otras veces había hecho,
y esta vez, los halagos no podrían salvar su blanco pellejo como solían hacerlo en el pasado.
Tomó un plato y abrió la llave, el agua caía y el la contemplaba,
fria, cristalina salia ella, solo para terminar en el drenaje;
Seria azotado si lo descubrian desperdiciando tan precioso liquido.

Un rostro sonriente cruzo su mente en forma de recuerdo fugaz y solo por ese instante fue libre de su prisión,
fue libre de los grilletes que le cortaban los tobillos,
fue libe por ella,
por ese añejo amor que una vez dejo escapar el día que decidio simplemente callar lo que sentia,
su silencio fue su condena
y ahora lo lamenta.

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